La escuela como base de la libertad ciudadana: cuando la falta de calidad educativa condiciona la democracia

En las últimas décadas, el sistema educativo argentino ha transitado un camino marcado por políticas pedagógicas que, en muchos casos, priorizaron el facilismo por encima de la exigencia académica.

Esta tendencia, reforzada por el populismo pedagógico y la ausencia de límites claros, ha generado un terreno fértil para la pérdida de aprendizajes profundos y, en consecuencia, para la dificultad de desarrollar pensamiento crítico en las nuevas generaciones.

El facilismo educativo se manifiesta en prácticas que reducen la exigencia, bajan estándares de evaluación y promueven la idea de que “todos deben pasar”, independientemente del esfuerzo o el rendimiento.

El populismo pedagógico, en este contexto, ofrece soluciones superficiales que buscan sostener indicadores de inclusión o de promoción, pero descuidan la calidad. En apariencia se logra un acceso universal a la educación, pero lo que se pierde es la profundidad de los contenidos y el verdadero dominio de las competencias necesarias para enfrentar la complejidad del mundo actual.

El pensamiento crítico no florece en la anomia. Los límites y las normas son indispensables para construir un marco de responsabilidad personal y colectiva.

Cuando la escuela renuncia a su rol de autoridad formadora y se disuelven las consecuencias frente a la falta de esfuerzo o de respeto, se instala un clima pedagógico donde la disciplina se convierte en un valor marginal.

Esto termina por socavar la posibilidad de que los estudiantes aprendan a sostener ideas, a debatirlas y a confrontarlas con argumentos sólidos.

Leer y escribir no son meros actos mecánicos: constituyen la puerta de entrada al análisis, la reflexión y la construcción de sentido. Sin comprensión lectora ni capacidad de expresión escrita, los estudiantes se ven imposibilitados de procesar información de manera compleja y de producir ideas propias.

La baja lectura y escritura no sólo limita el aprendizaje de contenidos disciplinares, sino que impide el ejercicio pleno de la ciudadanía, ya que una sociedad que no lee ni escribe con claridad difícilmente pueda cuestionar, discernir y elegir con autonomía.

La erosión del pensamiento crítico tiene efectos que trascienden la escuela.

Una población con dificultades para analizar información, diferenciar hechos de opiniones o detectar contradicciones, se vuelve más vulnerable a discursos simplistas, a la manipulación política y a la fragmentación social.

La democracia se debilita cuando los ciudadanos carecen de las herramientas intelectuales para participar activamente y de manera consciente en la vida pública.

En mis escritos anteriores sobre la escuela bonaerense, insistí en que la pérdida de exigencia y de aprendizajes significativos no es un problema aislado de las aulas, sino un fenómeno que repercute en toda la vida social. Hoy quiero profundizar en un aspecto que rara vez se pone en debate: cómo esta crisis educativa afecta directamente los resultados electorales, debilitando el pensamiento crítico de la ciudadanía.

Siempre entendí que la escuela debía ser mucho más que un espacio de transmisión de datos. Su verdadero objetivo es formar ciudadanos capaces de analizar, comparar y decidir por sí mismos. Sin embargo, cuando se desatiende la calidad educativa y los jóvenes terminan la primaria o la secundaria sin comprender lo que leen, sin resolver operaciones básicas o sin desarrollar capacidad de análisis, la democracia queda herida de raíz.

Un votante sin herramientas críticas se convierte en presa fácil de slogans vacíos, campañas de marketing electoral o promesas demagógicas que sustituyen la razón por la emoción inmediata.

Los números no dejan margen para el autoengaño: más de la mitad de nuestros estudiantes no comprende lo que lee al finalizar la primaria, y en secundaria las carencias se profundizan.

¿Cómo podemos esperar entonces que esos mismos ciudadanos, una vez adultos, puedan desarmar un discurso político, cuestionar estadísticas dudosas o exigir coherencia en una plataforma electoral?

La degradación educativa no se queda en la escuela: repercute en las urnas. Allí donde la educación falla, la manipulación gana terreno.

El voto es un derecho inalienable, pero su fuerza depende de la calidad de la decisión que encierra. Cuando el pensamiento crítico está ausente, los resultados electorales se vuelven más un reflejo de emociones manipuladas que de una elección razonada. Esto abre la puerta al populismo, a la polarización sin argumentos y al avance de liderazgos que apelan más a la fe que a la reflexión.

El 7 de septiembre de 2025 la provincia de Buenos Aires vivió una elección legislativa clave, con renovación de 46 diputados y 23 senadores provinciales, además de concejales y consejeros escolares. En esa elección, la peronista “Fuerza Patria” obtuvo aproximadamente un 47,28 % de los votos, mientras que el espacio opositor “La Libertad Avanza” quedó en segundo lugar con cerca del 33,71 %.  

En una provincia que fue gobernada por el peronismo durante 34 de los 42 años de la democracia y que posee enormes déficits de gestión claramente visibles en el estado de hospitales, escuelas, infraestructura básica e inseguridad, muchos de los ciudadanos de hoy, egresados de la escuela degradada “posnoventas”, responsabiliza por esto al gobierno nacional que lleva casi dos años de administración porque no tiene noción de las competencias que le corresponden al Gobernador y al Presidente.

Cree que éste último, por ser “más importante” puede interferir directamente en las soluciones estructurales de la provincia.

La recuperación del pensamiento crítico requiere una educación que combine inclusión con calidad, acceso con exigencia, y derechos con responsabilidades.

La escuela debe volver a poner en el centro la lectura, la escritura y el razonamiento, junto con una autoridad pedagógica que sostenga límites claros y expectativas altas. Sólo de esta manera será posible formar ciudadanos capaces de pensar por sí mismos, discernir entre verdades y falsedades, y aportar de manera activa a la construcción de un futuro más justo y libre.

Por eso sostengo que volver a poner la educación en el centro de la agenda no es un capricho de docentes ni un reclamo sectorial. Es una condición indispensable para recuperar la calidad de nuestra democracia. La exigencia, la evaluación, el mérito y la formación docente son pilares que no podemos seguir relegando.

Allí donde se debilita la educación, se debilita la libertad. Y sin ciudadanos capaces de pensar y decidir por sí mismos, el futuro democrático de nuestro país queda seriamente comprometido

Prof. Luis Distefano

Director de www.profe.ar

@DIstefanoLuis en X

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